miércoles, 20 de noviembre de 2024

Me miro las manos






Ayer, completé mi paseo de la tarde en la exposición temporal del Museo de la Evolución: "Las manos mágicas". 

Sí, tan complejas y como si hicieran magia, "nuestro cerebro sabe muy bien lo que hacen nuestras manos", como dijo aquella maestra de maestros, la doctora italiana María Montessori. Y desarrolló un método educativo que ponía a los niños a manejar sus manos, algo extraño en la primera mitad del siglo XX. Ahora las escuelas de todo el mundo beben de las ideas de la gran María. 

Nuestras manos y la de muchos animales parten del mismo esquema; pero las nuestras llegan más lejos, desde las lascas y bifaces, que en la exposición podemos también observar. Sí, también el sangriento canibalismo, todo hay que contarlo. 

Sonaba un piano, me detuve más en algunas vitrinas, la mano humana es una obra maestra de la Evolución, de la Naturaleza o de Dios para los creyentes.

De la gran complejidad de la mano se viaja a la grandísima del cerebro, esa será otra historia, en otra exposición, anuncian 

Una mano gigante me señalaba duplicada entre espejos. Miro las mías. Carpo, metacarpo y falanges, qué cantidad de huesos y huesecillos. Hay que cuidarlas, son nuestro instrumento de precisión más  delicado. Y el brazo tira de ellas, como los hilos de una marioneta. 

El atardecer había dado paso a los rosas y morados en el cielo, a la vista desde el MEH, con la Catedral de Burgos; la que suelo atrapar con el móvil, nunca igual, siempre hermosa. 

Ya ve, Sor Austringiliana, nos miramos las manos, tan hábiles, tan capaces . Las de algunos más, como los pianistas o los pintores de miniaturas. O las de muchos que trabajan de sol a sol por un mísero sustento.

¿Y las tuyas, María Ángeles?

Escriben y trastean en este aparatejo, ayudan a leer, cuidan, cocinan, limpian, recogen, ponen en marcha electrodomesticos, tienden la ropa, riegan los tiestos, eligen y pagan compras, tiran la basura...

 Durante treinta y ocho años fueron a clase. Y cometieron equivocaciones. Confío en que los aciertos pesen más en mi balanza. 

Las manos aman, también. 


María Ángeles Merino


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