Un libro que se me acaba.
Ayer, día 13, acabé la lectura de un libro, "El niño" de Fernando Aramburu, y, mientras troceaba las judías cuernicabras, verdes con su poquito de morado, pensaba en la "opinión" sobre esta novela corta, como si fuera yo de los que van arrojando opiniones de las novelas, ya entusiasmadas ya furibundas, por los "canalículos" de la red.
Todo buen libro deposita un "poso" en nuestra memoria, mal asunto si al cabo del tiempo el plato es una patena. Éste ya tenía un poco, antes incluso de tenerlo en la mano.
"El niño", lo compré el Día del Libro y lo he ido degustando despacito, alternando con otros. Cuando el "universo" de un libro se cruza con los recuerdos personales, la motivación es más fácil. Ese mismo día escribí:
"Esta tarde, leo un poco de "El niño": el dolor y la ternura de un abuelo que ha perdido a su nieto. Algunos recordaréis una explosión de gas en una escuela de Ortuella, cerca de Bilbao, con treinta y nueve niños y tres adultos muertos, en 1980. Yo lo recuerdo muy bien, con mis pequeños alumnos del Colegio Domingo de Aguirre, en una misa en la iglesia parroquial de Legazpi, en recuerdo de los fallecidos en Ortuella. Y, como aquel curso, una frase repetida en clase era " seño, que huele a gas". No, las modestas estufas catalíticas de aquellas aulas provisionales no provocaron ningún accidente, pero los niños de Legazpi no olvidaban a los niños de Ortuella."
Dolor, ternura y un recuerdo personal. Sigo con la "opinión", más allá de las primeras páginas.
Ya ve, Sor Austringiliana, libros con sedimento. A los "canalículos" van. Sí, una palabra muy suya, Sor.
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María Ángeles Merino
Los libros que nos llevan a nuestros recuerdos, son los mejores.
ResponderEliminar¿Qué tal las judías?
Las judías me quedaron muy bien con un refrito de ajo, cebolla y Moriles.
ResponderEliminarAramburu es para mí muy familiar: la desnudez de los pueblos industriales vascos, como Legazpia donde viví, la vida de los obreros casi todos emigrantes y su desarraigo. El libro es ficción muy real. Más real que la realidad misma, la virtud de la buena literatura.