Al caballejo le cuesta avanzar entre los montones de nieve de la calle Fernán González, delante de la puerta de Coronería. Caen gruesos copos y el hombre cuida de sí mismo y de su mercancía, ha de llegar a su destino y no lo tiene fácil.
Adivinamos los relieves góticos, tal es la maestría impresionista del genial pintor. Es Sorolla y es una nevada imprevista de abril, en 1910. Y aceptó el reto de cambiar la paleta a colores pardos y blancos, aquí no hay mar, ni velas hinchadas al viento, ni niños mojados en la arena, ni naranjales o muchachas con flores. Pero venció, a pesar del frío; se lo cuenta por carta a su mujer Clotilde, qué gran mentora.
Pintó la Catedral de Burgos con nieve por fuera y con temperatura glacial por dentro: Coronería, Pellejería, la capilla de los Condestables, una imaginaria procesión y un cielo diferente.
Los canónigos le prestaron un solideo para abrigar la cabeza, qué cabeza la suya. Y qué ojo.
Ahora podemos contemplarlos en una exposición temporal, en la misma Catedral. No os lo perdáis. Después de retratos de gente acomodada y paisajes muy valencianos, con naranjas y muchachas de típicos trajes floridos, giramos y nos colocamos ante la austeridad pétrea de la Catedral de Burgos, con nieve y cielo gris, un contraste que nos hace gozar aún más de la pintura de Joaquín Sorolla.
Ya ve, Sor Austringiliana, sin miedo a los colores.
María Ángeles Merino
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