Esta mañana, en la Plaza del Rey San Fernando, enfrente de la Catedral de Burgos, montaban un Belén con luces. Llovía y no apetecía pararse, pero vi la cuna solitaria en medio del chaparrón y no me aguantaba sin advertir: "eh, que os dejáis al Niño". Los electricistas me miraban con guasa.
No cualquier niño sino el Niño, con mayúscula. Un Niño Dios me enseñaron, un "divino niño", Jesús que se hace hombre y empieza como cualquiera, de niño chico. Jesusitos en casa, en la escuela, en todas partes; era niño como nosotros y por eso le queríamos tanto y le dábamos el corazón. Y le abrigábamos en el pesebre, qué frío, pobre.
Y la directora del colegio nos enseñaba francés y cantaba villancicos con voz aflautada: "Il est né le divin enfant...". Nos contaba que estudió con monjas francesas, eso sí era finura y educación. Nunca tuve claro si estudió en Francia o en las benedictinas de Palacios de Benaver, qué más daba, hubo un tiempo en que España estaba llena de colegios de monjas francesas para niñas bien, o un poco mejor.
Los instaladores siguen con el portal, lo último será esa extraña cuna, no hay prisa y la criatura no va a llorar. Yo me voy canturreando en francés lo mismo que cantaba doña Lorenza:
Ya veis: ha nacido el divino niño, que suenen los oboes y resuenen las "musettes", cantemos todos su llegada.
Cantemos para sentirnos niños.
María Ángeles Merino


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