Ayer las begonias del paseo de la Isla recibían el último sol del verano que ya había hecho las maletas. Hacía frío.
Frío. Entramos en el otoño y el mundo da síntomas de locura colectiva, una epidemia de odio. Escucho la radio.
Un respiro después de las noticias: vamos con los campesinos de Vivaldi que celebran eternas y lejanas vendimias, alegres, cogidos de la mano, en corro. Así nos los hizo imaginar un cura pelirrojo que prefería la música a decir misa.
Voy a dar mi paseo de mañana, hay que abrigarse.
A ver qué tal pinta la nueva estación. La esperanza, no la perdamos.
Ya ve, Sor Austringiliana, a pesar del frío. Unos minutos para mirar flores y un poquito de música. O danzar como una campesina veneciana en vendimias. O de la ribera del Duero...
María Ángeles Merino
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