Ayer, comenzaba el paseo aquí, con mis pensamientos en el pasado, uno cercano y otro ya sentido como lejano, pero cerca...
Al fondo, el sol daba sobre un edificio querido y bien conocido, calor sobre la que fue mi aula.
A la derecha, al pie de las escaleras, el frío helador de la historia. Algunos fríos cumplen ahora "solo" cincuenta años. Yo tenía dieciocho, legalmente no era mayor de edad, eran los veintiuno. Una cría que creía lo que le contaban en casa y en la familia.
En aquel septiembre, tal vez mis preocupaciones no fueran más allá del curso que empezaba, la dictatorial profesora de Geigrafía, o la historia amañada del libro de texto, no la que estábamos viviendo aquí, aquí mismo, el horror.
La Historia todavía no era Historia, no lo es cuando se vive. Cuando murió Franco, dos meses después, yo estudiaba, qué bien tengo tiempo...la de los antiguos griegos y romanos. Cuando se legalizó el Partido Comunista, aquella Semana Santa, me pilló con un trabajo sobre...la Revolución Francesa.
Sigo desde el Palacio de Capitanía General, por la plaza de Alonso Martínez hasta la iglesia de San Lorenzo, luego lo de siempre: Plaza Mayor Espolon, paseo de la Isla hacia delante y vuelta. Hablo con una amiga. Un poco más allá...
Cerca, demasiado cerca.
https://elpais.com/eps/2025-09-14/las-ultimas-balas-del-franquismo-asi-funciono-el-siniestro-engranaje-de-los-fusilamientos-finales-de-la-dictadura.html
Ya ve, Sor Austringiliana, un "siniestro engranaje".
María Ángeles Merino Moya
La crónica es historia cuando fallecemos. De lo que vivimos, ¿cuánto sabemos?
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