La secuoya centenaria de las Salesas resiste, inclinada y un tanto seca. Dicen que es un árbol que nunca muere por sí mismo, solo por la mano del hombre o de agentes externos.
En mi ciudad, conozco tres secuoyas "sempervirens', qué música la del latín. En el jardín del Instituto López de Mendoza, en la estación antigua del tren y junto al convento de las Salesas de la calle Barrantes. A su sombra, con un libro o cuaderno, una maleta apresurada o un juego infantil. O ahora en el paseo de jubilada. Vida, más corta que la de este árbol.
"Enhiesto surtidor de sombra y sueño", no tanto como el ciprés de Silos y el fervor es aquí de monjas que no de monjes. Y no se cae. Es una secuoya, tan cupresácea como el famoso ciprés.
Me preguntó quién sembró secuoyas americanas en esta fría ciudad.
Ya ve, Sor Austringiliana, la vida en los árboles. Como aquel cantado por el poeta Gerardo Diego. Lo traemos a la memoria.
María Ángeles Merino
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