Lector: yo soy un pequeño filósofo; yo tengo una cajita de plata de fino y oloroso tabaco, un sombrero grande de copa y un paraguas de seda con recia armadura de ballena.
No voy a contar mi vida de muchacho y de adolescencia punto por punto, tilde por tilde...
Yo no quiero ser dogmático y hierático; y para lograr que caiga sobre el papel, y el lector la reciba, una sensación ondulante, flexible, ingenua de mi vida pasada, yo tomaré entre mis recuerdos algunas notas vivaces e inconexas-como lo es la realidad-, y con ellas saldré del grave aprieto en que me han colocado mis amigos, y pintaré mejor mi carácter, que no con una seca y odiosa ringla de fechas y de títulos...
...¿Cómo iba yo a la escuela? ¿Por dónde iba? ¿Qué emociones experimentaba al entrar?
¿Cuándo jugaba yo? ¿Qué juegos eran los míos?...
(Tomado de "Las confesiones de un pequeño filósofo", Azorín, Narrativa Austral, edición de José María Martínez Cachero, 2014.) Pinchad aquí.
Lector: yo soy una
cernidora de recuerdos; tengo una bata blanca, una chalina azul de lunares y un
cuello de plástico. Y, a la manera del Azorín “pequeño filósofo”, cerneré un
puñadito de harina de mi vida, a través del tamiz de la memoria.
Porque vivo esa edad en
la que nos sorprenden flashes del pasado que han tomado, con el tiempo, los matices más insospechados. Y, aunque mis
palabras sean jirones, pinceladas sueltas, luces fugaces en la niebla, siento
la necesidad de hacerlas caer al papel.
3 marzo 1967. Me
llamo María Ángeles, tengo casi diez años y vivo en Burgos, en Paloma 29, una
calle escoltada por mi catedral de piedras grises y churretosas, seguida de soportales,
miradores y un guardia desesperado. Mi casa no tiene portal, entro desde la tienda
de mis padres a una vivienda vieja, con buhardilla
habitada por “el hombre del saco”; pero sobra espacio para la escuela de mis
muñecas.
Como cada mañana del
invierno, la muda calentita espera cerca
de la chapa. Mamá recita “bendita sea la luz del día”, mientras
me visto. Antes de salir, la bufanda con vueltas e imperdible.
Mi colegio es el Generalísimo
Franco, lo inauguró el general superlativo
y cumple con la pedagogía franquista. No recuerdo sensaciones hórridas, las
maestras no exageran los castigos. Severas,
distantes, encorsetadas, nos inculcan que es por nuestro bien. Los maestros de los chicos sí son”
hórridos” de verdad. A las niñas nos llega el ruido explosivo de
las bofetadas.
Voy al colegio con
algunas compañeras y a veces contamos chistes. Hoy toca el de “qué le dijo el
wáter a Franco”. Nos reímos bajito.
En el balcón del Ayuntamiento pa papapapapapá,
trompetas que llaman al pueblo. Hay que esperar a mayo para los danzantes y los
gigantones. Pasa don Rufino con su manteo, tan amadísimo en el Señor.
En la Calle Carnicerías,
evito ver los corderos sangrantes
colgados boca abajo Por la Diputación,
pasan las ciegas del cupón, la gorda reguñona y la delgadita sumisa. Agarradas
del brazo, hablan como si estuvieran solas. La una: me duele la tripa, me ha
bajado el periodo. La otra: da muchas gracias a Dios. No entiendo nada.
Llegamos al semáforo:
peatones pasen, peatones esperen. Coincidimos
con el matrimonio Frübeck que abre su óptica, con puntualidad germánica.
Ya en la calle Vitoria, nos saluda el gato de la fachada del cine Avenida y una
niña quiere contarnos la película. El Bazar
Médico muestra unas enormes jeringas que ni mirarlas. Hay un guardia civil en
una garita y nos preguntamos si será el padre de Pilarín, una niña que siempre nos amenaza con chivarse a su padre
guardia. Los grises al otro lado de la
calle Vitoria, no nos dan miedo…todavía. En la tienda de periódicos, leo las
letras más gordas…
El río Vena baja muy sucio.
Nos hemos entretenido, daos prisa. Ya
llegamos a la fila, subimos. Felicidad
me gusta porque leemos más y hacemos menos divisiones kilométricas. La señorita
Marina me reñía cuando los números se me desparramaban. A esta le gusta lo que
a mí y valora mi trabajo. ¡Felicidad! Ahora leemos Platero y yo y el burrito se bebió un
cubo de agua con estrellas. Lo malo fue que, a continuación, tocaban labores
con la doña Rita que me pidió el trapito y me arreó con el dedal.
¡Qué bien! En el
recreo jugaremos a “dubles” con mi soga nueva: “para bailar el twist se
necesita un pantalón vaquero y una blusita”.
Colegio Público Río Arlanzón de Burgos, antes Generalísimo Franco.
3 de marzo de 1967, la
señorita Felicidad leía el ABC y lloraba.
“Con Azorín, muere
del todo el 98”
Las niñas también.
María Ángeles Merino
Moya, 8 octubre 2019.