La lechera junto al "favorito de los abejorros".
Hace dos años, como ahora, en el mismo lugar, con mis ocurrencias de paseo y lecturas al sol de abril. La lechera impasible, con sus cántaros, en un alto en el reparto, mira a los de las bolsas de Mercadona, cargados de leche en "tetrabricks". ¿Leche?
Vamos con el árbol:
"Es el más cargado de flor y el favorito de los abejorros y moscardones, qué festín se pegan, qué danzas las suyas entre las coronas blancas.
Así lucía una mañana de abril este árbol solitario a la entrada del barrio de San San Pedro de la Fuente, enfrente de lo que todavía llamamos Punta Brava. Sí, junto a la lechera.
Quería saber, porque siempre dudo con los frutales, qué árbol era. Pensé en bajarme la aplicación esa de Google que lo acercas y te lo dice. Creo que es Google Lens. Pero no hizo falta, una señora me oyó expresar mi duda y nos lo aclaró: un ciruelo.
La importancia del nombre. Ya ve usted...
¿O lo que llamamos rosa exhalaría el mismo perfume con cualquier otra denominación? ¿Lo que llamamos ciruelo daría la misma flor y el mismo fruto con otro nombre?"
Aquel día, estaba yo pedante y romanticona, trayendo a la memoria a Julieta en el balcón. La conocí, por primera vez, en una lectura de un libro de texto casi infantil: trece o catorce años. Palabras que se guardan como un tesoro, a saber por qué. ¿Y por qué tantas, tantísimas, se borran?
Más mayorcita, leí Romeo y Julieta de Shakespeare, la obra completa y en serio, también alguna representación, pero nada que ver...
La rosa de Julieta tuvo para mí su momento. Y se quedó conmigo. Y vuelve, como ahora, junto al "favorito de los abejorros", con sus flores junto a la lechera y los escritos guardados.
Ya ve, usted, de nuevo, Sor Austringiliana. El valor de un nombre.
María Ángeles Merino
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