El señor Cayo, el recordado personaje de Miguel Delibes, nos enseñó a decir nuestra edad a la manera castellana y campesina, de cuando el santoral marcaba los días: "para San Juan Capistrano los ochenta y tres".
Mi madre "para Santa Cecilia los ciento uno". Ella no lo expresó nunca así, pero antes siempre dejaba abierta la posibilidad de no llegar a su cumpleaños: "si llego". Ahora creo que ya se ha perdido con la cifra. El año pasado ya empezó a quitarse años.
Y llegó a los ciento uno y disfrutó de que le hiciéramos un poco de fiesta. Y nos habló del ángel Clavel, el suyo, el que no figura en ningún santoral: "Es muy bueno y me va a ayudar". Porque mi madre dice, a veces, que tiene miedo. "¿A qué tienes miedo mamá?" le pregunto y ella contesta: "a todo".
Y se abanica y no es por el calor.
Y sonríe y se le avivan los ojillos con mi sobrina Paola, que le pregunta cosas de su ángel.
Ya he contado, en otras ocasiones, que mi madre se queja a su Santa Cecilia, nunca se le dio bien la música y las pasó canutas cuando, para su Magisterio de posguerra, tuvo que aprender la clave de fa. Eso y los bolillos, lo peor.
Ya veis, ciento uno. Felicidades, mamá.
María Ángeles Merino