A veces, sólo mirar al agua es un espectáculo, también en el río Vena, el encajonado en hormigón, el que desaparece en lo más urbano de la ciudad, valga la redundancia, en una boca poco atractiva.
Volverá a asomar en el tramo de San Lesmes y abrazará, un poco más allá, de puntillas, al hermano grande: al Arlanzón de orillas amenas, el que nos regala el campo dentro de la ciudad, el privilegio de los paseantes que no podemos ir al pueblo.
Sin embargo, los últimos tramos del Vena pueden bastar: aquí recibe el agua de un cauce molinar, ahí nacen en mayo los anatitos, no sé el nombre de los pequeños ánades si lo tienen, allí la boca negra se lo traga...
El agua que era de molino y de otro color muestra su contraste a la cámara de mi móvil, la familia anátida se ha escondido, es una tarde de sol y los paseantes se asoman. Solo uno. Suficiente.
Vaya, algo feo flota, tal vez un vertido.
Al día siguiente, volví a ver las intrusas flotantes desde el puente, gotas de a saber qué.
El agua.
¿Alguien sabe el nombre de los pequeños ánades?
Ya ve, Sor Austringiliana, mirar al Vena encajonado. No sólo él.
María Ángeles Merino
Todo se lo lleva el agua.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Todo, miremos antes de que se lo lleve.
EliminarSaludos, J.
Ánades y perro... Me gustan estos ríos tan rurales en mitad de una ciudad.
ResponderEliminarMás de pueblo que las amapolas. Así es Burgos.
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