En el Espolón, un joven pintor ilustra la puerta de un establecimiento hostelero con la imagen de un Cid. Pronto va a celebrarse el Burgos Cidiano, festival histórico artístico, y se están preparando algunos escaparates.
Y cada día pasaba delante de la estatua del Cid al ir al colegio, a caballo y señalando con su espada. En las lecturas de la escuela, prefería al Cid que se despide de Burgos "fuertemente llorando" y escucha conmovido a la niña de nueve años. No el que engaña a los judíos rellenando un cofre con piedras y arena. En las del instituto, me echaba para atrás aquello de "feridlos caballeros por amor del Criador".
Porque, como escribió Azorín, en Burgos la leyenda contrabalancea a la historia. O era al revés.
Al final, sus huesos se dispersaron, no sabemos quién duerme bajo el cimborrio de la catedral de Burgos. O de quién es el hueso radio que exhiben en el Arco de Santa María. Descanse en paz.
María Ángeles Merino
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